Un lugar atípico
Hasta hace pocos años sólo se podía llegar a él en carro de caballo, o caminando por las inmensas dunas durante tres horas. El Cabo Polonio es una punta rocosa que se erige a 15 metros del nivel del océano, con dos islas enfrente -islas de Torres- donde se encuentra una de las reservas de lobos marinos más importantes del mundo. Está separado de la franja costera por unas dunas de arena móviles declaradas monumento natural. Durante mucho tiempo el Polonio permaneció completamente aislado, con su hermoso faro solitario entre las masas rocosas.
En 1914, el gobierno instaló allí una planta de explotación lobera, y a partir de ahí comenzó a surgir una pequeña aldea de pescadores vinculados a la faena de los lobos y a la pesca. Varias décadas más tarde, algunos jóvenes apasionados por la naturaleza comenzaron a descubrir aquel pobladito remoto que se encontraba detrás de las dunas, después del pueblo de pescadores de Valizas. En los años 80 proliferaron las pequeñas y rústicas construcciones de veraneo y los turistas fueron cada vez más numerosos. Fue precisamente la popularización del Polonio la que puso en riesgo sus valiosos ecosistemas y su hermoso paisaje. Hoy está detenida la construcción ilegal y se prohíbe el tránsito de vehículos motorizados por la arena. Asimismo se ha detenido la forestación cercana de pinos que estaba afectando a las dunas.
Las dunas forman un paisaje exclusivo, desarrollándose en la costa del litoral atlántico. Las del Polonio, han sido declaradas monumento natural, ya que alcanzan hasta 30 metros de altura, dando lugar a un paisaje único y de gran belleza. Una vez en el pueblo es posible alquilar una casita u hospedarse en hotelitos frente a la playa mansa, donde también se han establecido pequeños restaurantes que ofrecen frutos del mar. La gran playa Sur ofrece sol, aguas seguras, y una vista excepcional. Por las noches hay cabañas que funcionan como una suerte de boliches y pubs donde beber, escuchar música y hacerse amigos. Se dice que la estadía en el Polonio produce un estado de ánimo especial.
Territorio salvaje
Si el mundo está cada vez más polucionado y superpoblado, Rocha brinda la posibilidad de escapar de esos flagelos. Su herramienta para lograr ese objetivo son pequeños pueblos que han surgido junto al impresionante Océano. Uno de estos pueblos rústicos, es el Cabo Polonio.
En las costas de Rocha, doscientos sesenta kilómetros al este de Montevideo, una punta de tierra entra al océano más allá que cualquier otra. Es un cabo, un jirón de continente cercado por el mar, lugar de cielos abiertos y cambiantes donde el viento nunca cesa.
Hay otras versiones, pero no es improbable que el nombre le venga de un capitán Joseph Polloni cuya nave llegó a sus costas para morir el verano de 1753, averiada en las restingas rocosas que protegen el cabo del lado del mar. Para los navegantes de siglos pasados, el paraje señalado por ese extremo de dunas incomparables fue un lugar maldito. Allí los naufragios se repetían y en sus playas brillaban, por las noches, luces inexplicables, malas. Más tarde se dijo que los destellos no eran otra cosa que la fosforescencia nocturna que provocan los restos óseos de las faenas de ganado. Esta leyenda dio nombre a una de sus playas, la que lleva hacia Valizas, llamada hasta hoy de la Calavera.
Del lado del continente lo resguarda una formidable extensión de arena, restos de dunas cuyo tamaño colosal no se conocía en la región. Su esplendor, sin embargo, no las puso a salvo del preciso equilibrio del que dependían. Todo era es una cuestión de vientos, de circulación de arenas, de reposición de playas que el mar desgasta. Alguien vio en el Polonio una tierra estéril antes que un paisaje excepcional y plantó árboles. El monte cortó los pasos de viento, las arenas dejaron de volar, las dunas de moverse y las playas de recuperar la arena que necesitan para hacer frente al incesante trabajo del mar.
Su gente y su ambiente
Actualmente, la población estable del Polonio alcanza a unas ciento veinte personas, cien adultos y veinte niños. Los diferentes servicios vinculados al turismo, la pesca artesanal y los trabajos rurales, la producción artesana y la producción artística son, en ese orden de importancia, la base de su economía.
Un puñado de familias de pescadores y antiguos loberos reside en el lugar, en algunos casos, desde hace más de cuatro décadas. De otra parte, el deseo de construir un estilo de vida alternativo al de la ciudad condujo a una porción de los habitantes actuales a establecerse allí. Esta apuesta idealista a favor de una mayor cercanía con la naturaleza, la posibilidad de un relacionamiento social más comunitario, la disponibilidad plena del tiempo, el trabajo y la creatividad propios, se combinó con la facilidad que existía para instalarse sin poseer más que la destreza de construir la propia casa. A cambio de esto, la ausencia de servicios (luz, agua, comunicaciones, salud) y un invierno inclemente, era un precio que valía la pena pagar. En esas circunstancias la cooperación entre los vecinos, ordenada por encima de las simpatías personales, se convierte en un recurso de subsistencia que compensa la falta de comodidades.
Los espacios costeros agrestes suelen acelerar el pulso de los inversores turísticos. Herederos de tierras cuyos antepasados nunca imaginaron que los arenales multiplicaran el valor de las pasturas hasta alcanzar cifras inconvertibles, desempolvan sus títulos. Cierta clase media deslumbrada con el lugar, desertora del turismo caro, multitudinario y urbanizado de otras zonas de la costa, afirma, con razón, que construyó a vista y paciencia de propietarios ausentes, cuando aquello no valía nada.
Asentada en el lugar desde hace largos años, una singular comunidad de vecinos económica y afectivamente enlazada a los visitantes, defiende sus modestos medios de vida: antiguos loberos, paisanos convertidos en pescadores, pescadores vueltos artesanos, artesanos y artistas que abandonaron la ciudad y en ocasiones suben, también, a las barcas.
Con su espectacular entorno de rocas y médanos, su faro centenario, sus lobos marinos, las barcas pescadoras, playas extensas, sus dilatados montes, es otro sitio donde el turista disfruta a pleno la Naturaleza pródiga y esplendorosa.
Un antiguo faro es la principal referencia, para el visitante que puede llegar a pie, en carro o en vehículos especialmente autorizados que parten desde la ruta 10, o atravesar el arroyo Valizas en barca y luego caminar. Todo esto le da un encanto especial, lo que le ha hecho uno de los puntos más visitados por el turismo internacional.
Naturaleza pura
Muchos no lo entienden y está bien que así sea. Entonces, pasar una temporada en Cabo Polonio es para quienes saben disfrutar de la incomodidad o, dicho en sentido positivo, para aquellos que resignan cierto confort por la tranquilidad de un lugar en donde los autos no entran, en el que la luz no es abundante, y por consiguiente hay poco ruido no humano. Eso que no se comprende es que se elija de este modo y que esa alternativa sea vivir durante varios días sin luz, sin agua y sin servicios sanitarios –sin estar en carpa– y pagando, a veces, un poco más de lo que esas comodidades parecerían costar. Pero la belleza del lugar todo lo puede y la experiencia de una vida agreste, para seres absolutamente urbanos, es recomendable. Siguiendo la teoría de los extremos que se unen, Punta del Este y el Cabo tienen, al menos, dos cosas en común. Los residentes en el primero van de “hippies” por un rato al segundo y nunca al revés. La otra similitud es ese atardecer sobre el mar que, aunque su reiteración diaria lo vuelva un poco previsible y su expectación sea algo cursi, no conviene eludirlo. En el bar sobre la playa con mobiliario apropiado y daiquiri en mano es estupendo.
Cómo llegar
Para llegar hasta Cabo Polonia, se pueden contratar los servicios de vehículos todo terreno ubicados en la ruta 10 cercanos a la entrada oficial del pueblito, en el km. 264,5.
Desde Montevideo salen diariamente a Valizas y de allí se puede ir en carros tirados por caballos que también se encuentran a la entrada del poblado.
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